sábado, 16 de enero de 2010

EL ARQUETIPO DE ÁRBOL: UN ACERCAMIENTO AL SÍMBOLO EN LAS RELIGIONES JUDÍA, ESCANDINAVA Y WATUNNA

Isabella Moller


INTRODUCCIÓN

El estudio de las religiones alrededor del mundo conlleva a la comparación de las mismas en diversos aspectos. De este ejercicio se desprende la identificación de símbolos que se repiten en distintas religiones sin que haya habido una conexión que explique su reiteración. En este caso, la explicación del arquetipo se debe remontar al simbolismo de la figura que ha sido percibida por distintos pueblos de forma similar.

El árbol surge como ejemplo de esta situación, cuando en la revisión de diversas religiones, se observa cómo éste manifiesta un significado unívoco. Para comprender mejor este símbolo, se han seleccionado tres religiones que difieren mucho entre sí, pero en las cuales el árbol ha cobrado gran relevancia.

El judaísmo como primer ejemplo comprende una religión monoteísta de gran antigüedad, en la cual el árbol se presenta como símbolo para explicar a dios, al hombre y al origen del mal. La religión escandinava, por otra parte, se presenta como ejemplo del politeísmo. En ella, el árbol constituye la representación del cosmos en su totalidad. Por último, en la mitología indígena Watunna del Orinoco el árbol consiste en un elemento encubierto que entrelaza las regiones cósmicas, a la vez que simboliza la fertilidad.

Si bien el árbol, a primera vista, pareciera tener significados distintos en estas religiones, se puede hallar un trasfondo común, en el cual se puede percibir un entendimiento del símbolo de forma coincidente entre ellas. Justamente este hecho permite que se pueda etiquetar la figura de árbol como un arquetipo en la comparación de religiones.



EL ARQUETIPO DE ÁRBOL: UN ACERCAMIENTO AL SÍMBOLO EN LAS RELIGIONES JUDÍA, ESCANDINAVA Y WATUNNA

Para entender el significado del árbol en las religiones, es necesario comprender el papel que desempeñan los arquetipos en la comprensión del mundo. Diversos estudios psicológicos han buscado aproximarse a este complejo concepto, entre los cuales destacan los de Carl Jung. Carlos Mendoza Álvarez profundiza sobre las propuestas de este psiquiatra en su libro, El dios otro: un acercamiento a lo sagrado en el mundo post-moderno. Para Mendoza (2003, p.94), “Jung señala que la religión es el lugar privilegiado de gestación y desarrollo de los arquetipos, que son esas categorías originales de interpretación del mundo, desde donde la persona da sentido a su existencia“.

Los arquetipos le permiten al ser humano entender el mundo que lo rodea y ordenarlo de forma comprensible. En este sentido, Robert Baron (1997, p.373) afirma que “nos predisponen a ver el mundo externo de ciertas maneras“. Gracias a estas predisposiciones, ciertos objetos o seres vivos son vistos de forma similar por culturas inconexas entre sí.

Comprender el papel que los arquetipos desempeñan en la comprensión del mundo conduce a cuestionar el origen de los mismos: ¿cómo grupos o personas llegan a la misma abstracción de un objeto sin que unos hayan influenciado a los otros? Para Carl Jung, la existencia de arquetipos es posible gracias al inconsciente colectivo. De acuerdo con esta propuesta conceptual “los arquetipos surgen de un vasto, incluso ilimitado, proceso inconsciente que es compartido por toda la humanidad, el cual emerge de la experiencia que se ha ido acumulando a lo largo de miles de años de historia común“ (Laszlo, 1997, p. 274).

A la luz del inconsciente colectivo, se puede explicar claramente el surgimiento de arquetipos en diversas culturas, que comprenden un mismo significado. El arquetipo, como patrón de organización, atraviesa ciertos cambios y redefiniciones estructurales que derivan en el surgimiento de símbolos, manteniendo ciertas características que permiten su identificación.

En el caso del arquetipo de árbol, su simbología se deriva de la comprensión y abstracción de esta figura. Se trasciende su aspecto físico y el árbol pasa a simbolizar algo que le confiere un poder que antes no poseía. De acuerdo con esto, Mircea Elíade (1972, p.14) sostiene que a cualquier objeto “se le impregnará de una fuerza mágica o religiosa en virtud de su sola forma simbólica o de su origen“.

Según esto, el aspecto del árbol le otorga una fuerza simbólica que permite su generalización en cuanto a arquetipo: Desde las raíces, debajo de la tierra, crece un tronco que se ramifica y extiende hacia lo alto. Es evidente la relación que se puede establecer, gracias a este símbolo, entre las diversas regiones cósmicas. Las raíces se entrelazan en el inframundo, para permitir la estabilidad del tronco, el cual se sustenta en la tierra, a la vez que las ramas ascienden hacia el cielo.

Al respecto, Elíade (1991, p.245) afirma que “nunca ha sido adorado un árbol nada más que por sí mismo, sino siempre por lo que a través de él se ‘revelaba’, por lo que implicaba y significaba“. Si bien el árbol no tiene un significado unívoco, puede representar diversas cosas que no dejan de estar relacionadas entre sí. La multivalencia del simbolismo de árbol radica en su capacidad de expresar diversas cosas como ser imagen del cosmos; símbolo de teofanía cósmica; símbolo de la vida, la fecundidad e inmortalidad; centro del mundo y sostén del universo; representar lazos místicos entre árboles y hombres; o, ser el símbolo de la resurrección de la vegetación y, por tanto, de la regeneración.

De estos distintos significados, destacan particularmente los que le otorgan al árbol la capacidad de representar al cosmos, de simbolizar la vida y la inmortalidad, y de ser el centro del mundo. En el primer caso, el árbol recibe la denominación de Imago mundi, según lo expresa Luis Duch. Al comprender al universo entero, la representación de este símbolo resulta, usualmente, de gran complejidad.

Este significado se encuentra en algunas culturas entrelazado con el que relaciona al árbol con el eje del mundo. Con respecto al árbol Axis Mundi, Gloria Munilla Cabrillana (2003, p.140) afirma que,
“por centro del mundo no se entiende el centro físico de un territorio, sino un lugar particularmente cargado de sacralidad por donde pasa el ‘eje del mundo’, es decir, el eje que une el cielo, la tierra y el mundo subterráneo, y que se constituye en el punto a partir del cual se estructura simbólicamente el territorio, es decir, el mundo“.

La relación entre ambos significados ha influido en la forma de visualizar al árbol en diversas culturas. Según Elíade, es común que el árbol cósmico se encuentre volteado, con las ramas hacia el suelo y las raíces hacia arriba. Si bien a primera vista resulta paradójica la inversión del árbol, un examen profundo del símbolo permite entender la razón: si el árbol cósmico tiene las raíces hacia abajo, se estaría alimentando del inframundo. Por el contrario, al tener las raíces hacia el cielo, el árbol se nutre de la región cósmica identificada con el bien. Esto permite vencer, de cierta forma, el dualismo en las religiones, puesto que el cosmos, entendido como la creación, sería buena por naturaleza, ya que se alimenta de la bondad.

Por otra parte, el árbol como símbolo de la vida y la inmortalidad es definido por Carlos Mendoza Álvarez (2003, p.150) como un símbolo primigenio, que “condensa una serie de experiencias de religación con la trascendencia: el árbol simboliza la realidad enraizada en la tierra que aspira al cielo“. También representa la fecundidad inagotable de la realidad, por lo que se relaciona con la fuente de la inmortalidad.
Al revisar estos significados, es posible percatarse de la multivalencia del arquetipo de árbol. Aunque estos tres significados son distintos, destaca la relación que establece el árbol entre mundo terrenal y lo divino. En este sentido, el arquetipo supera la división humana entre mundo profano y sagrado que niega la homogeneidad del espacio.

Para comprender mejor la utilización del arquetipo de árbol en las religiones, se puede examinar la función que éste desempeña en tres religiones muy diferenciadas entre sí: El judaísmo como religión monoteísta, la religión escandinava como ejemplo del politeísmo y la religión indígena de Watunna.

I. EL ÁRBOL COMO SÍMBOLO EN EL JUDAÍSMO

El judaísmo consiste en una religión monoteísta de gran antigüedad que cuenta con diversas corrientes místicas, entre las cuales destaca la Cábala. Para el presente análisis, el estudio del árbol en el judaísmo se centrará en esta corriente, puesto que uno de sus principales símbolos lo comprende el Árbol de la Vida.

Una de las fuentes más importantes de la Cábala consiste en el Zóhar, o Libro del Resplandor. En él, el Árbol de la Vida está compuesto por esferas (séfiras) y senderos, por lo que también recibe el nombre de Árbol Sefirótico (Ver Imagen I). Las distintas esferas reflejan el proceso de creación divina, pero también estados que permiten el acercamiento hacia dios.

Respecto a esto, en el Zohar se establece que las séfiras son la naturaleza humana arquetípica. Adicionalmente se afirma (Chanan, D. (Ed.), 1983, p.34) que “el ser humano ha perdido esta naturaleza, pero si quisiera purificarse a sí mismo, se reconectaría con los sefirot y se convertiría en un vehículo para ellos“. Por tanto, el símbolo permite la conexión entre lo divino y lo humano, franqueando la oposición sagrado/profano, para conseguir la vida inmortal.

El Árbol de la Vida consta de diez séfiras, comprendiendo la Nada la primera de éstas. En ella no existe diferenciación ni individualidad y desde ella fluye la emanación sin tener principio. Por ello es coeterna con la divinidad y también es conocida como la luz. La segunda esfera, Hokhmah es la sabiduría y también recibe el nombre de Principio, porque la Nada no tiene origen.

La tercera séfira, Binah, es el entendimiento, a la vez que representa el vientre o la divina madre que “recibe la semilla de Hokhmah y concibe a las siete sefirot inferiores. Los seres creados también tienen su origen en Ella“. (Chanan, D. (Ed.), 1983, p.34) Esta esfera se encuentra fluyendo constantemente.

Estas tres séfiras superiores representan la cabeza del cuerpo divino. Los brazos de dios lo comprenden Hesed, el amor o compasión, y Din, la rectitud, juicio o severidad. Representan la dualidad de la personalidad divina, la cual es balanceada por la esfera central Tiferet, la belleza. Al perderse el equilibrio entre Hesed y Din, surge el mal de la última. Las otras esferas están comprendidas por Netzach, la séfira de la fuerza, que también representa el lado femenino de Dios; Hod, la esfera del resplandor; Yesod, la séfira del raciocinio; y Malkuth, la esfera del poder o la majestad.

Cuando el ser humano se abre hacia lo divino, las séfiras dejan de ser un sistema teológico abstracto para convertirse en un mapa consciente. Al meditar en las cualidad de cada esfera se alcanza la totalidad espiritual. Sin embargo, este camino es difícil y, en él no se debe buscar evadir al mal, sino que debe haber un encuentro con él para superarlo.

En la Cábala existe una ambigüedad con respecto a la existencia del mal. Por una parte, se sostiene que el Mal existe independientemente del hombre y su acción. Pero, por otro lado, según esta corriente mística, “el mal se realiza por la acción del hombre, a través de la separación de una esfera del ser divino de su perfecta unión“. (Kerenyi, K., Ortiz-Osés A., 1994, p.116). De acuerdo con los estudios de estos autores, el Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia se encontraban unidos, uno representando la paz y la armonía, otro siendo dominio de Satanás y del Mal. Gracias a la superioridad del primero sobre el segundo, el poder de Satanás se encontraba neutralizado, ya que el Árbol de la Vida tenía el poder sobre la esfera de la severidad o juicio.

Sin embargo, al tomar Adán la fruta del Árbol de la Ciencia, rompe la armonía entre los dos árboles, gracias a lo cual Satanás consigue poder para alejarse del Árbol de la Vida y obrar de acuerdo al mal. Con respecto a esto, Karl Kerenyi y Andrés Ortiz-Osés (1994, p.115) afirman que,
“la separación y la escisión de aquello que debería estar unido es la naturaleza del mal. En el momento en que el hombre incorpora tal escisión en su esencia – es este el sentido del consumo de la fruta, que pertenece a los “frutos del alma“ – origina relaciones inauténticas e impropias de la realidad, y produce con ello el Mal, que es lo separado de Dios“.

De esta forma se puede evidenciar que el Árbol de la Vida en la Cábala, aunque recibe ese nombre, también constituye un árbol cósmico, en el cual se comprende el universo como esferas balanceadas, que representan todas las formas de creación. La fusión de los diversos significados del arquetipo de árbol en el judaísmo puede ser explicado a través de la propuesta de Mircea Elíade (1991, p.245), en la que se plantea la relación entre árbol cósmico y árbol de la vida:
“El árbol representa – y esto de una manera ya sea ritual y concreta, ya sea mítica y cosmológica, o aún puramente simbólica – al cosmos vivo, regenerándose sin cesar. Puesto que la vida es inagotable es un equivalente de la inmortalidad, el árbol – cosmos puede por este hecho convertirse, en otro nivel, en el árbol de la ‘vida – sin – muerte’. Puesto que la misma vida inagotable es en la ontología arcaica la traducción de la idea de realidad absoluta, el árbol se convierte en ella en símbolo de esta realidad (-el centro del mundo’)“.

Por último, cabe destacar que este árbol se extiende desde arriba hasta abajo, asemejándose al cuerpo divino o al cuerpo humano. En este sentido, también se podría asumir que, como árbol cósmico, se encuentra invertido, ya que la primera esfera se encuentra en la parte superior. Dicha percepción va acorde al surgimiento de las esferas, ya que las séfiras emanan de dios, quien se suele localizar en lo alto de la bóveda celeste.

II. EL ÁRBOL COMO SÍMBOLO EN LA RELIGIÓN ESCANDINAVA

La mitología nórdica se presenta como una colección de creencias de pueblos germanos septentrionales que no conforman una religión revelada, ni constan de un libro sagrado. No obstante, dichas creencias comprenden una religión politeísta que fue transmitida, por mucho tiempo, oralmente.

En esta religión, también se encuentra presente el árbol como símbolo religioso. Para los escandinavos éste era de gran importancia ya que sostenía los nueve mundos que existían para esta cultura. Según Mircea Elíade (1991, p.242), la existencia de Igdrasil se describe en esta mitología de la siguiente manera:

“Despertada por Odín de su sueño profundo, a fin de que revele a los dioses los
comienzos y el fin del mundo, la profetisa, la völva, declara (Völuspa, estr. 2 y 19):
Me acuerdo de los gigantes nacidos en la aurora de los tiempos
De los que antaño me dieron nacimiento.
Conozco nueve mundos, nueve dominios cubiertos por el árbol del mundo.
Ese árbol sabiamente edificado que se hunde hasta el seno de la tierra…
Sé que existe un fresno llamado Igdrasil,
La cima del árbol está bañada en blancos vapores de agua,
De allí manan gotas de rocío que caen en el valle.
Se alza eternamente verde por encima de la fuente de Urd“.

De esta descripción se desprende que el árbol gigante Igdrasil de la mitología nórdica representa al cosmos vivo y, por tanto recibe el nombre de árbol de la existencia. A la vez que resulta Imago Mundi, este árbol también constituye el Axis Mundi, según Mircea Elíade (1991, p.253), quien plantea que “Igdrasil es el árbol cósmico por excelencia, sus raíces se hunden hasta el corazón de la tierra, allí donde se encuentra el reino de los gigantes y el infierno“. Todo lo que existe se encuentra comprendido en él: tiene sus raíces en los reinos de Hela, o de la muerte, su tronco crece hasta lo alto y sus ramas se extienden por todo el universo.

Entrelazando las diversas regiones cósmicas, el árbol se encuentra dividido en tres partes: Niflheim o la raíz, Midgard o el tronco y Asgard o la copa. Las raíces se dividen en tres, yendo una a la fuente de Hvergelmir, otra a la fuente de Mimir y la última a la casa de las Nornas. Ésta se refiere al destino y comprende tres nornas: el pasado, el presente y el futuro. De acuerdo con esto, el árbol cósmico comprende todos los tiempos existentes, siendo símbolo del todo.

De igual forma, en Igdrasil se encuentra comprendida la totalidad de los nueve mundos existentes (Ver Imagen II): el reino de los muertos, el reino de los elfos oscuros, el reino de la nieve y el frío intenso, el reino de los gigantes, el reino de los hombres, el reino de los vanir, el reino de los elfos de la luz, el reino de los dioses y el mundo primordial de fuego.

Adicionalmente, para Joseph B. Gross (2009, p.246), “sus tres raíces no pueden significar otra cosa que los elementos físico, intelectual y morales del ser“. Por tanto, el árbol a la vez que representa el cosmos, también comprende al ser humano en su totalidad: lo abarca todo en cuanto al macrocosmos y el microcosmos.

Otra demostración de este significado totalizante se encuentra en los animales que rodean a Igdrasil. Según R.R. Anderson (2008, p.207),
“Todas las tribus de la naturaleza participan de este árbol universal, desde el águila que se sienta en la copa pasando por los diferentes estados de la vida animal; el halcón en la capa inferior de aire, la ardilla que se encuentra en las ramas, los venados en la fuente, hasta la serpiente que se encuentra debajo de la superficie de la tierra“.

A pesar de que el árbol cósmico lo comprende todo, en la mitología nórdica tiene un final: el Ragnarok. En éste, los dioses batallan contra Fenris el lobo, la serpiente del mundo y el perro Garmr, perdiendo la vida. Las llamas alcanzan los cielos y el mundo se sumerge en agua mientras los poderes caóticos se enfrentan al orden de la creación.

Sin embargo, este Apocalipsis no resulta del todo pesimista, puesto que posterior a la destrucción de Igdrasil, surgen los nuevos cielos y tierra, en la cual los hombres vivirán en amor. Este renacimiento busca superar la imperfección de la naturaleza en los tiempos del árbol cósmico: la tensión en la naturaleza y la vida que constantemente predice un final.

Al revisar el símbolo del árbol en la mitología nórdica se puede percibir que Igdrasil une las regiones cósmicas de tal forma que se asemeja a un cordón umbilical que une al cielo y la tierra con las raíces en el infierno. A la vez, lo comprende todo en el cosmos, de tal forma que es imagen del mismo. Comprende inclusive el tiempo, sin embargo no puede eludir su final, necesario para alcanzar la armonía.

III. EL ÁRBOL COMO SÍMBOLO EN LA MITOLOGÍA WATUNNA

El ciclo mitológico Watunna encierra las creencias sobre la cosmogonía y la espiritualidad del pueblo Yekuana. Estos indígenas, habitantes del sur de Venezuela, creen en el dios Wanadi, la luz absoluta, quien hizo el mundo, pero falló en hacerlo perfecto. Debido a esto, Odosha, la representación de lo maligno según Watunna, se apoderó del mundo y ha gobernado la tierra desde ese entonces.

Ha habido tres intervenciones de Wanadi en la historia con respecto al mundo, correspondiendo a cada representación de la deidad un damodede, lo cual se podría interpretar como una personificación diferente de la divinidad en cada ocasión. La primera intervención la constituye la creación del mundo. Una vez que Odosha triunfa sobre lo creado, Wanadi realiza un segundo intento, fallido, para corregir las imperfecciones de la creación.

En la tercera intervención, el ciclo mitológico narra la venida de Attawanadi al mundo, quien “fue enviado para mirar qué sucedía en Nono, hacer gente otra vez, gente buena, sabia, de Wanadi“. (De Cievreux, 1991, p.46). En esta intervención, Attawanadi toma por mujer a Kaweshawa, quién le es posteriormente raptada. Al ir a rescatarla, Wanadi la encuentra desgastada, fea y con muchos hijos, pero se la lleva lejos de su captor, Kurunkumo, con la intención de curarla.

Para huir lejos de donde estaban, Wanadi trepa por el poste maestro en el centro de la casa y, al llegar arriba, se convierte en un pájaro carpintero y a Kaweshawa la convierte en rana. Pero, antes de partir, Wanadi les revela a las personas su identidad, lo cual alerta a las personas que se encontraban en el lugar. Éstos comienzan a perseguirlos, por lo que Wanadi remonta su vuelo con la rana hasta llegar a un árbol muy alto, llamado Faru ridi, el cual llegaba al cielo.

En este árbol, Wanadi y Kaweshawa se cambiaron en hombre y mujer. Wanadi, le dijo a Kaweshawa que en ese lugar podían descansar porque era muy alto y estaban en el cielo, desde donde sólo se veía abajo agua azul. Posteriormente, Attawanadi cura a Kaweshawa al matarla y colgarla cubierta en la rama más alta del árbol. Al caer al agua, “se partió un brazo, se rompió en dos pedazos. Ahora nueva y bonita, brotó de las aguas“. (De Cievreux, 1991, p.71)

La mujer de Wanadi renace dos veces, una versión pequeña y otra de su tamaño anterior. Éstas eran bellas y jóvenes, como lo había sido anteriormente Kaweshawa. Posterior a la transformación, Wanadi se casa con Kaweshawa y recompensa al lagartijo tuqueque por su ayuda, regalándole la mujer pequeña.

De acuerdo con el ciclo mitológico de Watunna, en este relato existen dos referencias al árbol que ayudan a comprender el significado de éste para los Yekuana. En primer lugar, se encuentra el poste central de la casa, al cual se trepan la divinidad y la mujer. La relación entre el poste y un árbol en la cultura indígena es directa, puesto que los postes se hacen de madera y relacionan el suelo de la casa con el techo, sirviendo de soporte para la casa entera.

De esta forma, el poste funge como un árbol Axis Mundi, el cual relaciona las diversas regiones cósmicas: en el suelo está el infierno, que son los captores de Kaweshawa, mientras que en lo alto del poste ocurre la transformación en pájaro carpintero y rana. La parte superior simboliza, entonces, un acercamiento al cielo, puesto que permite que Wanadi manifieste su poder, cambiando las figuras. Esta relación se ve confirmada por Mircea Elíade (1991, p.273), quien sostiene que “el pilar sagrado y el árbol son símbolos que equivalen al poste cósmico que sostiene al mundo“.

La segunda referencia sobre el arquetipo de árbol la comprende Faru ridi, el cual representa de forma similar un árbol Axis Mundi. Si bien no se puede determinar qué regiones entrelaza, puesto que el relato no lo establece, es posible afirmar que lo alto del árbol simboliza el cielo, el cual se encuentra aislado del mundo exterior.
El árbol como eje del mundo es reafirmado por el relato del ciclo de creación de Watunna, en el cual se afirma que ahora Faru ridi puede ser visto por los Yekuana como una montaña. La unión entre ambos símbolos resulta de relevancia puesto que “la montaña que sube hacia el cielo, es un factor geográfico cargado de sacralidad, porque su cúspide es el punto donde confluyen el cielo y la tierra“. (Munilla, 2003, p.142)

Resulta significativo que, desde arriba del árbol, sólo se pueda ver el agua, elemento primigenio por excelencia. De esta relación y del relato como tal se desprende que Faru ridi comprende un símbolo de la vida, de la fecundidad inagotable de la realidad absoluta. Al caer de la rama más alta del árbol hacia el agua, el cuerpo de Kaweshawa renace, simbolizando la inmortalidad.

De acuerdo con Mircea Elíade (1991, p.257), “la presencia de la diosa junto a un símbolo vegetal confirma el sentido que tiene el árbol en la iconografía y la mitología arcaicas: el de la fuente inagotable de la fertilidad cósmica“. Por asociación, en Faru ridi, se encuentra la fuente de vida, de juventud y de inmortalidad.


CONCLUSIONES

La comparación de las religiones judía, escandinava y Watunna, permiten confirmar la existencia de arquetipos como categorías a través de las cuales se interpreta el mundo de forma similar. Si bien el origen de éstos no puede ser determinado con certeza, su comprobación reafirma la importancia del estudio, ya que inciden en la comprensión del mundo, esencial en la formación de creencias espirituales.

A través de la revisión del símbolo en las religiones escogidas, se ha podido comprobar que el árbol consiste en una figura constante en cuanto a la expresión de relaciones cósmicas. Aunque el tratamiento del símbolo en estas religiones varía en diversos aspectos, el significado subyacente permanece siempre en ellas. Determinada por su forma, la comprensión del árbol se repite para constituir un arquetipo.

No cabe duda de que este símbolo, por surgir desde debajo de la tierra y extenderse hacia el cielo, conlleva a que sea comprendido como un punto de unión entre las diversas regiones cósmicas. Justamente por ello, el árbol también se convierte en imagen del mundo, abarcando el cosmos en toda su expresión. Como la vida, y consecuentemente la muerte, comprenden las preocupaciones principales del hombre, no resulta difícil trazar la relación simbólica entre el árbol, la vida y la inmortalidad.

Lo más resaltante en el estudio de los arquetipos, consiste en que su riqueza no radica en su complejidad como figura fenoménica. Por el contrario, a partir de su simple representación, se puede llegar a la misma conclusión simbólica. En este sentido se podría afirmar que, sólo la capacidad de abstracción humana consigue llegar a las profundidades del símbolo del árbol, proporcionándole validez a la propuesta conceptual de los arquetipos.


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1 comentario:

  1. Muy interesante tu pàhina, pero la combinaciòn de colores de letra y fondo no permite la lectura, ojalà la cambies, porque se pierde uno de ideas muy buenas al no poder leer. Saludos

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